ocho días más han pasado desde mi último viaje a manizales, un mes ya desde que terminaron mis vacaciones de fin de año, tres meses desde que arribé al gran D. C. y así podría seguir sacando cuentas más bien inútiles, tanto de esto, tanto de aquello, una semana sin llamarte, ¡qué se yo!
el hombre y su manía de medir, de cuantificar el tiempo, de la clepsidra a los relojes atómicos, o las consabidas rayitas en las paredes de la celda, y la semana que avanza inexorable hacia el siguiente viernes. pero si el tiempo es inabarcable, es infinito, ¿de qué sirve toda medida?, es sólo un vano intento ¿de qué? ¿de tomar conciencia de lo efímero de nuestras vidas? ¿de cuán rápido envejecemos? ¿de cuánto falta para la hora de cenar? ¿de cuánto extrañamos a alguien? ¿de todo lo que falta para volverla a ver?
y la eternidad es solamente una colección de instantes felices que se repetirían per secula seculorum, esa sería la dicha de la Gloria Eterna, extender todo lo que quieras ese pequeño instante en el que se besaron por primera vez, o regresar a aquella tarde en la que montaste en bici sin rueditas auxiliares, o cuando te dijo que si, y ahogaste tu dicha en su mirada profunda deseando jamás volver a salir de allí, o cuando pudiste caminar de nuevo sin la ayuda de las muletas, el último paseo juntos con el atardecer al fondo en el paisaje cafetero, la primera vez que tomaron helado, o tu mejor cumpleaños, cuando mamá te preparó el pastel que querías y recibiste el regalo perfecto... y bueno, ahora no se bien qué pensar sobre una colección de momentos infelices, tal vez sea lo más parecido al infierno, sólo tal vez.
dicen también mucho en estos días la frasesita de rigor: "¡cómo pasa de rápido el tiempo!" y responden a menudo, "¡uy si, fíjate ya se acabó enero, el año va deprisa!", pero siguen transcurriendo las mismas 24 horas, los mismos 30 o 31 días del mes, los mismos 12 meses, y es sólo nuestra percepción la que parece cambiar, lo vemos más de prisa porque vivimos más de prisa, tratando de hacer muchas más cosas al mismo tiempo y en el mismo lapso, y atosigándonos de afanes inútiles dejamos de vivir, dejamos de sentir, dejamos de amar para dedicarnos a maquinar, a producir, a devengar, a remedar la verdadera vida que sigue existiendo allá afuera de tu cubículo, de tu salón de clase, de tu habitación o de tu celda de encierro.
y entonces le llega a uno la pregunta, la cuestión trascendental sobre el meollo del asunto: ¿para qué preocuparse por el tiempo si de una u otra forma, nuestra vana existencia es tan sólo un parpadeo? y la respuesta que tienes a mano no siempre es la que ellos esperan. tal vez me preocupo por el tiempo y su medida porque es el único mecanismo que tengo para darme cuenta que no soy el mismo, que con cada nuevo día, ese que se levanta en las mañanas no es el mismo que se acuesta en la noche, aunque los lunares, las cicatrices (internas y externas, físicas y sentimentales), los recuerdos y vivencias estén ahí, y entonces ¿es el tiempo la medida de la memoria? ¿es la memoria la medida del tiempo mismo?
y para qué tanto calendario, tanta agenda, tanto reloj de bolsillo o de pared que nos recuerda que siempre vamos tarde, que siempre estamos de afán... yo no quiero eso, no me gusta vivir así, aún cuando tengo relojes y mido mi tiempo (y sé que la mejor hora es la de salida, cuando le digo adiós a la tortura, es decir, al trabajo y regreso a mi refugio a descansar de todo el agite) y sé que en tres semanas volveré pero sólo para prolongar el instante, ese mismo que comenzó ya no recuerdo bien cuando, pero que tuvo un comienzo, tal vez al encenderte el cigarrillo y fijarme en tí por vez primera, y se prolonga con cada encuentro y es una conspiración del Universo o de Dios -o como quieras llamarlo- y soy afortunado de poder disfrutar de esa eternidad a tu lado, porque el tiempo es memoria y la memoria tiempo y claro si hago memoria, mis instantes junto a tí han sido felices, es decir, eternos... ¿lo han sido también para ti?
¿y para Uds. queridos lectores?
bueno, me quedé sin tiempo, ya me dió pereza y ahora me hago el que trabajo cuando en realidad boludeo un rato y blogueo algo en el desquicio, porque sí, porque es mi tiempo y lo administro como se me antoja, es decir, lo más parecido posible a algún bartender alcoholico que regala y regala tragos dobles sin importarle en lo absoluto las existencias en la bodega o lo que vaya a decirle el dueño del lugar
y entonces les digo,
¡hasta la próxima!
Leo