Y bien, al terminar "Nieve de Primavera" no pude evitar sentirme entre melancólico, nostálgico y sorprendido por el inevitable desenlace, que si bien puede antojarse previsible, dado que mi educación - diríase mi de-formación- de occidental me impide aceptar la idea del pecado inmiscuido en el amor, de un amor en el que dios se entromete bajo la forma del príncipe imperial. Cuesta aceptar la idea, desarrollada desde poco más de la mitad del libro, que los amantes se saben portadores de un pecado terrible e irrevocable por causa de su amor. La forma en la que cada uno asume las consecuencias de sus actos... cuánta personalidad, en cada una de sus decisiones, cuánta resolución, cuánto sacrificio. Reclusión y muerte de una y otra parte se ofrecen con honestidad brutal, genuína, asombrosa. Mientras la alta sociedad que los rodea y los asfixia con sus costumbres cada vez más inoficiosas y caducas, entreteje su cómica farsa, inventa absurdos planes para terminar finalmente en la vieja compra de firmas, certificados y silencios.
El abandono definitivo de la juventud también es inolvidable. Encuentro de dos culturas en medio de un paisaje fantástico que se disuelve en los reflejos de la estatua del gran Buda dorado y el vasto océano azul. Efímero instante, delicia eterna. Plena felicidad pero cuán transitoria! El barco de los príncipes se lleva no sólo su juventud, su felicidad, con él también se marcha Satoko, su único y verdadero amor. La muerte es un juez inexorable. La inmortalidad un simple invento de los vivos, por demás inútil. Extinta la chispa de una juventud - de una vida-. Tus acciones son tu mejor abogado defensor. El Budismo puede ser la única salida, pero son meras especulaciones o un puro acto de fe.
Ahora Honda tiene 38. Juez respetado, marido admirado, persona ejemplar, hombre de bien. Pero él recapacita, revisa una vez más aquella escena cuando su amigo Kiyoaki se despide para siempre deste mundo. Evalúa su existencia, busca aún aquella chispa perdida en algún momento en el pasado ya lejano.
¿Qué me depararán estas líneas futuras, estos "Caballos Desbocados " que galopan raudos y certeros, inexorables hacia el futuro?
El abandono definitivo de la juventud también es inolvidable. Encuentro de dos culturas en medio de un paisaje fantástico que se disuelve en los reflejos de la estatua del gran Buda dorado y el vasto océano azul. Efímero instante, delicia eterna. Plena felicidad pero cuán transitoria! El barco de los príncipes se lleva no sólo su juventud, su felicidad, con él también se marcha Satoko, su único y verdadero amor. La muerte es un juez inexorable. La inmortalidad un simple invento de los vivos, por demás inútil. Extinta la chispa de una juventud - de una vida-. Tus acciones son tu mejor abogado defensor. El Budismo puede ser la única salida, pero son meras especulaciones o un puro acto de fe.
Ahora Honda tiene 38. Juez respetado, marido admirado, persona ejemplar, hombre de bien. Pero él recapacita, revisa una vez más aquella escena cuando su amigo Kiyoaki se despide para siempre deste mundo. Evalúa su existencia, busca aún aquella chispa perdida en algún momento en el pasado ya lejano.
¿Qué me depararán estas líneas futuras, estos "Caballos Desbocados " que galopan raudos y certeros, inexorables hacia el futuro?
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