He ahí de nuevo la pequeña línea blanca y elocuente con sus alrededores cubiertos solamente por obscuridad. Es tan delgada y tan brillante como fluida y multicolor.
Ondas que vienen y van por sobre ella sin inicio ni fin entre la bóveda de ónice murmurante. Extravagancias sonoras amplísimas que abarcan desde noticiosos, partidos de fútbol, el cancionero popular y la publicidad política pagada, hasta piezas de Frank y Lizt, el cabaret francés de la Piaf y los Sex Pistols con Sid pateando a la Reina.
Y la línea brillante en medio de la obscuridad, refulgiendo sin descanso sus dinámicos colores. Ha ido reduciéndose gradualmente, lo he notado con el pasar de los días; al comienzo era toda una franja de una anchura considerable y la obscuridad no aparecía sino súbitamente y de manera total por periodos no muy largos, pero después todo seguía como si nada, los colores de la franja –ahora delgado hilo- aparecían acordes con los sonidos envolventes y entonces el conjunto se volvía mágico puesto que todo encajaba y la ventana se desplegaba para que el afortunado viajero se adentrase en los dominios de Cronos.
No recuerdo muy bien cuando ni por qué comenzó a salirse de control, los sonidos otrora melodiosos o al menos coherentes, se convirtieron en un ruido sordo y prolongado, la línea antes pletórica de colores y de formas ahora no era más sino un amasijo de grises que se desplazaban caóticos de un lado para otro, sus contornos comenzaban a vibrar enloquecidos, como sacudidos por un fuerte espasmo repentino y poderoso que los obligaba a sacudirse sin control. Después sobrevenía la aparente calma, todo como si nada y tan deprisa que alcanzabas a pensar que nunca pasó, pero a la postre los ataques se repitieron con mayor frecuencia y duración, embistiendo inmisericordes a la franja refulgente y a los sonidos que brotaban desde alguna parte detrás de ésta, tanto como a la magnífica posibilidad de posesión y conocimiento hacia ambos lados de la espiral de tiempo que es la historia del hombre -de su técnica-.
Ahora, la pequeña línea se mantiene ahí brillante en medio de la obscuridad que ha tiempo domina el entorno. Los sonidos aunque comprensibles carecen de sentido puesto que la ventana se ha roto, o mejor aún, se ha defragmentado en sus componentes principales que han sido atravesados por el bruno manto. Aquel ruido poderoso y ruin aparece por temporadas y arremete con violencia conmocionando al estrecho conjunto que se ha resignado a su suerte, a su funesto destino, puesto que el dueño – aburrido viajero– de la ventana se ha cansado y probablemente nunca jamás regrese.
Ondas que vienen y van por sobre ella sin inicio ni fin entre la bóveda de ónice murmurante. Extravagancias sonoras amplísimas que abarcan desde noticiosos, partidos de fútbol, el cancionero popular y la publicidad política pagada, hasta piezas de Frank y Lizt, el cabaret francés de la Piaf y los Sex Pistols con Sid pateando a la Reina.
Y la línea brillante en medio de la obscuridad, refulgiendo sin descanso sus dinámicos colores. Ha ido reduciéndose gradualmente, lo he notado con el pasar de los días; al comienzo era toda una franja de una anchura considerable y la obscuridad no aparecía sino súbitamente y de manera total por periodos no muy largos, pero después todo seguía como si nada, los colores de la franja –ahora delgado hilo- aparecían acordes con los sonidos envolventes y entonces el conjunto se volvía mágico puesto que todo encajaba y la ventana se desplegaba para que el afortunado viajero se adentrase en los dominios de Cronos.
No recuerdo muy bien cuando ni por qué comenzó a salirse de control, los sonidos otrora melodiosos o al menos coherentes, se convirtieron en un ruido sordo y prolongado, la línea antes pletórica de colores y de formas ahora no era más sino un amasijo de grises que se desplazaban caóticos de un lado para otro, sus contornos comenzaban a vibrar enloquecidos, como sacudidos por un fuerte espasmo repentino y poderoso que los obligaba a sacudirse sin control. Después sobrevenía la aparente calma, todo como si nada y tan deprisa que alcanzabas a pensar que nunca pasó, pero a la postre los ataques se repitieron con mayor frecuencia y duración, embistiendo inmisericordes a la franja refulgente y a los sonidos que brotaban desde alguna parte detrás de ésta, tanto como a la magnífica posibilidad de posesión y conocimiento hacia ambos lados de la espiral de tiempo que es la historia del hombre -de su técnica-.
Ahora, la pequeña línea se mantiene ahí brillante en medio de la obscuridad que ha tiempo domina el entorno. Los sonidos aunque comprensibles carecen de sentido puesto que la ventana se ha roto, o mejor aún, se ha defragmentado en sus componentes principales que han sido atravesados por el bruno manto. Aquel ruido poderoso y ruin aparece por temporadas y arremete con violencia conmocionando al estrecho conjunto que se ha resignado a su suerte, a su funesto destino, puesto que el dueño – aburrido viajero– de la ventana se ha cansado y probablemente nunca jamás regrese.
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