Corto Viaje

Claro que avanzamos sobre un ferrocarril endemoniado por entre vías oxidadas y en deplorable estado, es evidente que el vértigo aumenta con cada estación que se deshace en el paisaje que se difumina raudo por el brillante tragaluz, pero en los vagones ningún pasajero parece darse por enterado, aun cuando el fatídico accidente es prácticamente un hecho que ocurrirá mas temprano que tarde y que está exento de cualquiera reducida probabilidad de salvamento. Nos dirigimos veloces, y el vapor de la locomotora cubre el aire en una espesa y negra espiral que el viento inclina hacia la dirección opuesta de nuestro viaje. Resultan extrañas las poses de los pasajeros: fuman, beben, juegan a las cartas, los chicos se entretienen con soldados de plomo y muñecas de yeso, pasa el boletero exigiendo los tiquetes y chequeando los destinos que inexorablemente son los mismos, para qué engañarnos, acabamos de dejar definitivamente las llanuras y la región montañosa con sus profundas gargantas y retorcidos abismos nos espera para devorar a esta bestia ciega y necia que no piensa siquiera en detenerse y a quien poco importan las pequeñas, ridículas vidas de sus despreocupados ocupantes.