Trabajar bajo presión, cosa horrible. No existe nada mejor que el propio ritmo, ese trasegar por su "sendero de velludo", por su "ruta de terciopelo" a placer, en completa comunión con el paisaje y con lo que se nos revela a cada instante desde todos los ángulos... y no ese andar errático y frenético por esas autopistas atestadas en donde resulta imposible desviarse y hacer una parada para tomar aire, estirar la espalda y renovar energías.

Cómo me he habituado ya al trabajo bajo presión: tiene dos días para esto, una semana para aquello, la fecha máxima de recepción de documentos es dentro de ocho días, necesito esa simulación para mañana y son las seis de la tarde ya.

Y sin embargo cuanto me cuesta empezar -ahora mismo mi espíritu me susurra, escápate!, apaga todo y vámonos a tomar el sol bajo un árbol, es justo al frente-, mañana en la mañana acallo a mi conciencia - pepe grillo inoportuno- y replanteo la estrategia, me doy animos a mi mismo y digo lo de L. sin un asomo de culpa o de remordimiento: ..."¡Pago por todo lo bailao!"