La vida es rara. No quiere decir trágica.
Es una danza de máscaras en la que se baila con la muerte.
Entre pieza y pieza se conoce a los invitados por un breve tiempo.
El asunto se reduce a una cuestión de acople, de ritmo.
Al principio parece no funcionar, pero conforme la música avanza
uno y otro conjuran la magia y el secreto mecanismo funciona.
Luego, la orquesta se silencia y los nuevos conocidos retornan a su mesa
en la que alguien más espera con su máscara puesta
para repetir de una u otra manera la misma escena.
La pieza final de la velada indefectiblemente resulta ser con
que de todos los invitados es quien mejor baila
con quien la magia funciona mejor.
Así, cuando la música termina y las luces se apagan
sale encantado de su sedosa mano
no ya hacia la mesa, en la que no queda nadie, sino a dónde ella quiere
pues ahora le pertenece y la noche es aun joven,
por no decir Eterna.
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