Por
José Fernández de la Sota
Lo supo todo el tiempo: en esta vida
casi nada se logra con trabajo,
casi todo depende de la suerte.
Lo supo todo el tiempo y por tanto
no trató ni siquiera de intentarlo.
No trató como tantos de engañarse
apelando al esfuerzo, al justo premio
que los dioses otorgan a los justos
y a los perseverantes. Supo siempre
que la gloria no es más que una ramera
y la fama un infame proxeneta.
Su mediana fortuna le bastó
para vivir sin prodigar lisonjas
ni depender de nadie. Sus talentos
él prefirió enterrarlos. Mantenerse
al margen de los otros que compiten
como afanosas hienas deseó.
Nadie supo quién era y mucho menos
lo que pudo haber sido: Adolf Hitler
o San Juan de la Cruz, Manson o Ghandi.
Nadie podrá agradecer que no empeñara
su talento y su vida en descubrirlo.
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